Algunos datos e historia de mujeres
Se estima que fueron seiscientas las mujeres que combatieron en la Guerra civil norteamericana. Se alistaron disfrazadas de hombres. Ahí Hollywood, por lo que a ellas respecta, ha ignorado todo un episodio de historia cultural. ¿Es acaso un argumento demasiado complicado desde un punto de vista ideológico? A los libros de historia siempre les ha resultado difícil hablar de las mujeres que no respetan la frontera que existe entre los sexos. Y en ningún otro momento esa frontera es tan nítida como cuando se trata de la guerra y del empleo de las armas.
No obstante, desde la Antigüedad hasta la época moderna, la historia ofrece una gran cantidad de casos de mujeres guerreras, esto es, amazonas. Los ejemplos más conocidos ocupan un lugar en los libros de historia porque esas mujeres aparecen como “reinas”, es decir, representantes de las clases reinantes. Y es que, por desagradable que pueda parecer, el orden sucesorio coloca de vez en cuando a una mujer en el trono. Como la guerra no se deja conmover por el sexo nadie y tiene lugar aunque se de la circunstancias de que un país este gobernado por una mujer, a los libros de historia no les queda más que hablar de toda una serie de reinas guerreras que, en consecuencia, se ven obligadas a aparecer como si fueran Churchill, Stalin o Roosevelt. Tanto Semiramis de Nínive, que fundó el Imperio asirio, como Boudica, que encabezo una de las más sangrientas revueltas británicas realizadas contra el Imperio romano, son buena muestra de ello. A esta última, dicho sea de paso, se le erigió una estatua junto al puente del Támesis, frente al Big Ben. Salúdala amablemente si algún día pasas por allí por casualidad.
Sin embargo, los libros de historia se muestran por lo general muy reservados con respecto a las mujeres guerreras que aparecen bajo la forma de soldados normales y corrientes, esas que se entrenaban en el manejo de las armas, formaban parte de los regimientos y participaban en igualdad de condiciones con los hombres en las batallas que se libraban contra los ejércitos enemigos. Pero lo cierto es que siempre han existido: apenas ha habido una sola guerra que no haya contado con participación femenina.
Stieg Larsson, La reina en el palacio de las corrientes de aire. Millennium 3. Primera parte.
Una ley irlandesa del año 697 prohíbe que las mujeres sean militares, lo que da a entender que, antes de este año, las mujeres fueron militares. Los pueblos que en distintos momentos de la historia han tenido mujeres soldado son, entre otros, los árabes, los bereberes, los kurdos, los rajputas, los chinos, los filipinos, los maoríes, los papúas, los aborígenes australianos y los micronesios, así como los indios americanos.
Stieg Larsson, La reina en el palacio de las corrientes de aire. Millennium 3. Segunda parte.
En el siglo I a.C., el historiador Diodoro de Sicilia (considerado por otros historiadores como fuente fiable) describió a unas amazonas que Vivian en Libia, nombre con el que se conocía en la época a la zona de África del norte que quedaba al oeste de Egipto. Ese imperio de amazonas era una ginecocracia, lo cual quiere decir que solamente las mujeres podían ocupar cargos públicos, incluido los militares. Cuenta la leyenda que aquel territorio fue gobernado por una reina llamada Myrina que, acompañada de treinta mil mujeres soldados de infantería y tres mil de caballería, arraso, Egipto y siria y llego hasta el mar Egeo venciendo a un sin número de ejércitos de hombres que le salieron al paso. Cuando la reina Myrina fue finalmente derrotada en la batalla su ejército se disperso.
Sin embargo, el ejército de Myrina dejo huella en la región: después de que los soldados de Anatolia fueran aniquilados en un enorme genocidio, las mujeres del lugar se levantaron en armas para aplastar una invasión procedente del Cáucaso. Esas mujeres eran entrenadas en el manejo de todo tipo de armas, entre ellas el arco, la jabalina, el hacha y las lanzas. Copiaron de los griegos las cotas de malla de bronce y las armaduras.
Rechazaban el matrimonio por considerarlo una sumisión. Para procrear se le concedía un permiso durante el cual se acostaban con una serie de hombres elegidos al azar y de pueblos cercanos. Solo la mujer que había matado a un hombre en la batalla tenía derecho a perder su virginidad.
Stieg Larsson, La reina en el palacio de las corrientes de aire. Millennium 3. Tercera parte.
A pesar de la rica flora de leyendas que circula sobre las amazonas de la Grecia antigua, de América del sur, de África y de algunos lugares, tan solo existe un único ejemplo histórico de mujeres guerreras que este documentado. Se trata de un ejército del pueblo de fon, de Dahomey, al oeste de África, la actual Benín.
Esas mujeres guerreras nunca han sido mencionadas en la historia militar oficial. Tampoco se ha rodado una película romántica sobre ellas, y si hoy en día aparecen en algún lugar lo hacen, como mucho, en forma de históricas y borradas notas a pie de página. El único trabajo científico que se ha hecho sobre estas mujeres es Amazons of Black Sparta, del historiador Stanley B. Alpern (Hurst y Co ¿Ltd, Londres, 1998). Aún así, se trataba de un ejército que se podía medir con cualquiera de los ejércitos de soldados de elite que las fuerzas invasoras tuvieran.
No ha quedado del todo claro cuando se creó el ejército femenino del pueblo fon, pero ciertas fuentes lo fechan en el siglo XVII. En un principio era una guardia real, pero evoluciono hasta convertirse en un colectivo militar compuesto por seis mil soldados mujeres que tenían un estatus semidivino. Su objetivo no era decorativo. Durante más de doscientos años constituyeron la punta de lanza que los fon utilizaron contra los colonizadores europeos que los invadieron. Eran temidas por los militares franceses, que fueron derrotados en varias batallas campanales. El ejército femenino no pudo ser vencido hasta 1892, cuando Francia envió por mar tropas modernas compuestas por artilleros, legionarios, un regimiento de la infantería de marina y la caballería.
Se desconoce de esas guerreras cayeron en el campo de batalla. Durante varios años las supervivientes continuaron haciendo su particular guerrilla y algunas veteranas de ese ejército fueron entrevistadas y fotografiadas en una década tan reciente como la de los años cuarenta.
Stieg Larsson, La reina en el palacio de las corrientes de aire. Millennium 3. Cuarta parte.
Boudica
Boudica fue una
reina guerrera de los icenos, que acaudilló a varias tribus britanas,
incluyendo a sus vecinos los trinovantes, durante el mayor levantamiento contra
la ocupación romana entre los años 60 y 61 d. C., durante el reinado del
emperador Nerón. Estos hechos fueron narrados sobre todo por dos historiadores,
Tácito y Dión Casio.
Su nombre
significaba ‘victoria’. También se la conoce como Budica, Buduica, Bonduca, o
por el nombre latinizado de Boadicea. Llamada por algunos ‘la Amazona Celta’.Tácito
y Dión Casio coinciden en que Boudica provenía de familia de aristócratas
icenos. Dión Casio narra de ella que “poseía una inteligencia más grande
que la que generalmente tienen las mujeres”, que era alta, de voz
áspera y mirada feroz, cabello pelirrojo hasta la cadera, túnica de muchos
colores y un manto grueso ajustado con un broche. Siempre usaba un grueso
collar de oro, posiblemente un torque, aditamento que entre los pueblos celtas
siempre significaba nobleza.
Su esposo
Prasutagus (probablemente llamado Esuprastus) era el rey de los icenos, tribu
que habitaba la zona del actual Norfolk (al este de Inglaterra). Al principio
no fueron parte del territorio invadido por los romanos, porque tuvieron el
estatuto de aliados durante la conquista romana de Britania llevada a cabo por
Claudio y sus generales en el año 43.
Como todos los
pueblos celtas, daban gran importancia a su independencia, y hubo varios roces
entre los romanos y los icenos anteriores al levantamiento del año 60, el más
importante de los cuáles se verificó cuando el entonces gobernador de Britania
Publio Ostorio Escápula los amenazó con desarmarlos.
Sin embargo,
Prasutagus vivió una larga vida de riqueza. Pero había un problema y era que no
tenía hijos varones y que, aunque la realeza pudiera pasar a sus hijas, sin
embargo no podía asegurar la independencia formal del Imperio; por eso se le
ocurrió la idea de nombrar al emperador romano coheredero de su reino, junto
con sus dos hijas. Este tipo de testamentos eran habituales en la época romana
(recordemos la donación del entero reino de Pérgamo) pues se conseguía que, al
menos durante al vida del rey cliente, se respetara un estatus de
semi-independencia. Debido a estos factores y a que la ley romana sólo permitía
la herencia a través de la línea paterna, cuando Prasutagus murió, su idea de
preservar su linaje fue ignorada, y su reino fue anexado como si hubiera sido conquistado.
Las tierras y todos los bienes fueron confiscados, y los nobles tratados como
esclavos. Debido a que Prasutagus había vivido pidiendo prestado dinero a los
romanos, al fallecer, todos sus súbditos quedaron ligados a esa deuda, que
Boudica, la entonces reina, no podía pagar.
Dion Casio dice
que los publicanos romanos (incluido Séneca el Joven), desencadenaron la
violencia saqueando las aldeas y tomando esclavos como pago de la deuda. Tácito
parece apoyar esto al criticar —en referencia a este tema— al procurador Cato
Deciano por su “avaricia”. De acuerdo con Tácito, los romanos azotaron a
Boudica y violaron a sus dos hijas, lo que desató la furia incontenible de la
reina.
En el año 60 o
61, mientras el gobernador Cayo Suetonio Paulino estaba en el norte de Gales
llevando a cabo una campaña en la isla de Mona, hoy Anglesey, que era un
refugio de los británicos rebeldes y un centro druídico, los icenos
conspiraron, entre otros con sus vecinos, los trinovantes, para levantarse
contra los romanos y eligieron a Boudica como su líder.
Es posible que
se inspiraran en el ejemplo de Arminio, el príncipe de los Queruscos, que en el
año 9 había masacrado tres legiones romanas en la Batalla del bosque de
Teutoburgo o que recordaran a sus propios ancestros, que habían luchado contra
Julio César cuándo éste desembarcó por dos veces en Britania. Lo cierto es que
Dión Casio dice que Boudica empleó un método de adivinación liberando a una
liebre de los pliegues de su ropa e interpretando la dirección en que corría, e
invocó a Andraste, la diosa britana de la victoria.
El primer
blanco de los rebeldes fue Camulodunum (Colchester), la antigua capital de
Trinovantia, que se había vuelto una colonia romana. Los soldados veteranos
romanos se habían establecido allí siguiendo la costumbre romana, y se había
erigido un templo al emperador Claudio a expensas de los trinovantes. Esto hizo
que la ciudad se convirtiera en un foco de resentimiento.
Los romanos
pidieron refuerzos pero el procurador Cato Deciano, sólo había enviado 200
auxiliares. El ejército de Boudica cayó sobre una ciudad mal defendida y la
destruyó. Sitiaron a los últimos defensores en el templo durante dos días hasta
que cayeron, matando a mujeres, niños y ancianos. Después la incendiaron.
El futuro
gobernador, Quinto Petilio Cerial, entonces legado de la Legión IX Hispana,
intentó socorrer a la ciudad con un destacamento de esa legión, pero sus
fuerzas fueron derrotadas. Su infantería fue emboscada en una zona boscosa y
sólo el comandante y parte de su caballería consiguió escapar. Deciano Cato, el
provocador de los acontecimientos por su codicia, consideró más prudente poner
tierra por medio y huyó hacia Galia.
Cuando las
noticias llegaron a Cayo Suetonio Paulino (gobernador de Britania), éste ordenó
dirigirse a Londinium, el próximo objetivo de Boudica; pero ante la
imposibilidad de defenderla, se retiró de la misma, pudiendo así Boudica
incendiar la ciudad y masacrar a sus habitantes. Suetonio Paulino no llegó a
tiempo pera defender Verulamium, y la ciudad también fue arrasada.
Por fin,
Suetonio y Boudica entablaron combate en la Batalla de Watling Street, en un
sitio todavía no determinado, en la ruta actualmente llamada Watling Street,
entre la antigua Londinium y Viroconium (actualmente Wroxeter en Shropshire).
Los romanos
estaban en gran inferioridad numérica, 5 a 1 aproximadamente, pero se ubicaron
en un terreno rodeado de bosques, donde no podía ser flanqueados, rebasados ni
emboscados. El ejército romano estaba bien disciplinado y armado; el de Boudica
era muy numeroso pero poco uniforme en cuanto a las armas que portaban y a la
edad de los guerreros (desde niños de 10 años hasta ancianos). La noche
anterior a la batalla, después de ordenar levantar el campamento, Suetonio
solicitó ser despertado ni bien el ejército rebelde se presentase en el campo
de batalla. Cuando ello ocurrió, las legiones se formaron en filas de siete en
fondo, con sus escudos, espadas y lanzas (dos por cada soldado). Cuando
Suetonio vio que en el campo enemigo los carros de transporte y las familias de
los guerreros habían sido colocados detrás de los combatientes, comprendió que
había ganado la batalla. Cuando la infantería britana atacó, las mucho más
disciplinadas formaciones romanas hicieron caer sobre ellos una lluvia de
lanzas que diezmó sus primeras líneas. Eso sumió en la confusión a los britanos
y los hizo retroceder, dejando en el campo un tendal de muertos. Suetonio
ordenó a sus soldados avanzar a paso lento pero sostenido, en una línea en
forma de sierra dentada, cubriendo sus flancos con sus escudos. Al verlos
venir, los guerreros de Boudica volvieron a cargar, encajonándose entre los
“dientes” de las filas romanas. Los legionarios de la primera hilera,
defendidos por los escudos, atravesaron con sus espadas a centenares de atacantes,
casi sin recibir daños. Al cabo de cuatro o cinco minutos de combate, a una
señal de sus oficiales, dejaban el puesto al que formaba detrás, colocándose en
la última posición. Eso permitía entrar en combate a soldados “frescos” y
recuperar fuerzas a los que habían peleado. La masacre fue total y al no poder
perforar la formación enemiga, los britanos entraron en pánico y comenzaron a
retroceder, aplastándose unos a otros mientras los romanos seguían su avance
implacablemente.
En su
desesperación por huir, los britanos no solo empujaron a los guerreros que
avanzaban detrás sino a las mujeres, niños y ancianos que aguardaban el
desenlace de la batalla en cercanías de los carros. La avalancha que produjeron
fue tal, que cerca de 40 000 murieron aplastados entre los combatientes en
desbandada y los vehículos que impedían la retirada.
Boudica acabó
suicidándose con veneno para evitar que los romanos la atraparan, según Tácito,
aunque Dión Casio da otra versión de los hechos. Tal fue el grado de violencia
que los romanos aplicaron, que durante los cuatro siglos siguientes, la
provincia se mantuvo en paz. Incluso el emperador Nerón calificó de “muy duro”
el castigo infligido a los celtas que lucharon en esa batalla.