Lo que todavía nos falta a las mujeres aprender es que nadie te da poder. Simplemente lo tienes que tomar tú.
Roseanne Barr.








viernes, 29 de noviembre de 2013

¡Di NO a la violencia contra las mujeres, únete!

En el Ecuador, los datos que obtuvo el INEC a fines de 2011 como resultados de la Encuesta Nacional de Relaciones Familiares y Violencia de Género   revelan las dimensiones del problema que afecta a las mujeres en todos los niveles de educación, ingresos,  autoidentificación étnica y en las zonas urbanas y rurales. Seis de cada 10 mujeres han vivido algún tipo de violencia de género; la de mayor incidencia es la psicológica, que afecta al 53,9%;  le siguen la violencia física, el 38% ; la patrimonial, el 35,3%, y la sexual, el 25,7%. En todos los niveles de instrucción, la violencia de género sobrepasa el 50%, aunque en grupos de mujeres con menor instrucción llega al 70%.  



sábado, 23 de noviembre de 2013

Dile No a la Violencia contra las Mujeres y Niñas




En los inicios del siglo XXI la violencia contra las mujeres sigue manifestándose activamente en cualquier lugar del mundo. Mujeres y niñas, en cualquier escenario geográfico, cultural o económico, están en riesgo de ser objeto de algún acto de violencia por su pertenencia al sexo femenino, y de ellas, una de cada tres sufrirá alguno a lo largo de su vida. Humillaciones, golpes, abusos sexuales, prostitución forzada, mutilaciones sexuales, acosos, violaciones, maltratos y asesinatos, son diferentes manifestaciones de la violencia más global y más local: la violencia basada en el género.

La violencia que padecen las mujeres no debe ser interpretada como la expresión de un conflicto privado propio de las relaciones de pareja, sino como un grave problema público, puesto que constituye un atentado contra los derechos humanos y los valores que legitiman el sistema democrático. En este sentido, no podemos entender los abusos como hechos aislados sino que hemos de analizarlos en el contexto social e ideológico en el que se originan y desenvuelven, un contexto social de discriminación y subordinación de las mujeres, que se materializa por ejemplo: en la estructura tradicionalmente jerárquica del matrimonio y la familia; en la división sexual del trabajo y en la precariedad laboral femenina; en la devaluación de las relaciones afectivas y del cuidado adscritas a la feminidad (como el cuidado de menores, personas mayores y enfermas, que asumen fundamentalmente las mujeres); o en la doble moral sexual para mujeres y hombres, etc.

Si los prejuicios sexistas y la desigualdad forman parte de la organización social en la que se desenvuelven nuestras vidas, la violencia que sufren las mujeres puede ser calificada como estructural, en tanto que se inscribe en la propia sociedad, es decir, en las relaciones sociales mismas.

Por otra parte, ya hemos anticipado que esta violencia se remite al modo en que la cultura ha interpretado y construido las diferencias que existen entre el hombre y la mujer, por lo que podemos definirla como “violencia de género”. Pero, ¿a qué nos referimos exactamente con el término género?. El género es el proceso de socialización (o aprendizaje social) por el que cada persona interioriza las pautas de comportamiento y las expectativas que se consideran propias de su sexo: hombre o mujer. Esta terminología puede resultarnos más fácil de entender si utilizamos un ejemplo: En la infancia, cuando se anima a niñas y niños a divertirse con juguetes diferentes “adecuados a su sexo” (muñecas o equipos de maquillaje para ellas, frente a coches o balones para ellos), se propicia que desarrollen habilidades distintas en función de su sexo (por ejemplo la empatía a la competitividad). Es decir, se va más allá de sus diferencias sexuales (anatómicas, biológicas, cromosómicas, etc.) con el objetivo de que respondan progresivamente a un modelo de feminidad o masculinidad, que ha sido definido en una cultura y un momento histórico concreto. A ese modelo nos referimos al hablar de género, por lo que género y sexo se refieren a realidades distintas.

La historicidad del sistema de género, es decir, el hecho de que evolucione a lo largo del tiempo o que varíe en culturas distintas, se convierte en una garantía para su transformación puesto que no es esencial a la naturaleza humana. Por ejemplo, hace años, se consideraba “afeminado” al varón que se ponía mechas en el pelo; y  “masculina” a la mujer que vestía con pantalones; estas convenciones sociales nos resultan hoy día, ridículas.

La revisión crítica de los prejuicios sexistas constituye el paso previo para desecharlos, esa revisión crítica es inherente a la categoría analítica del género, por eso el enfoque de género se exige como un instrumento imprescindible para analizar la violencia que padecen las mujeres. Si se considera, por ejemplo, que las actitudes posesivas y autoritarias de algunos hombres son inherentes a su condición masculina (lo que se explicita en falsas generalizaciones como “todos los hombres son posesivos por naturaleza”) dichas actitudes no se censurarán convenientemente ni serán objeto de prevención por parte de las mujeres. Se presumirá que son normales en cualquier varón, que son inherentes a su sexo y que por lo tanto, no puede esperarse de ellos un comportamiento distinto.

Las creencias estereotipadas sobre lo que se considera propio de las mujeres o de los hombres reflejan además, la falta de simetría existente en los juicios sociales sobre violencia de género, ya que a las mujeres se las  responsabiliza del éxito o del fracaso de la relación afectiva, así como de no haber reaccionado a tiempo ante los abusos y agresiones; mientras que se consiente a los hombres comportamientos que deberían suscitar el rechazo y la indignación de toda la sociedad. De este modo, se incrementa sutilmente la desprotección de las mujeres maltratadas, que deben enfrentarse a un juicio social paralelo en el que son culpables de mentir, provocar la agresión, consentirla, etc., hasta que no se demuestre lo contrario.

La perspectiva de género nos permite, en definitiva, valorar todos estos aspectos, desterrar las creencias estereotipadas y obsoletas vigentes en la sociedad, establecer un nexo de unión entre las diversas formas de violencia que sufren las mujeres, y plantear modelos más constructivos para la vida de todas las personas.

La violencia contra las mujeres es un grave problema que afecta al Ecuador. Según la Encuesta Demográfica y de Salud Materna e Infantil –ENDEMAIN 2004 (CEPAR, 2005), el 41% de las mujeres alguna vez casadas o unidas entre 15 y 49 años reportó haber recibido maltratos verbales o psicológicos; el 31% violencia física; y, el 12% violencia sexual por parte de alguna pareja o ex-pareja. Asimismo, el marido o compañero actual fue nombrado como el responsable de la violencia en alrededor de 80% de casos. En toda la vida, el 14% de mujeres reportó violencia verbal, el 17 % verbal y física, y el 9% verbal, física y sexual. En total, el 46% de mujeres alguna vez casadas o unidas sufrieron por lo menos uno de los tres tipos de violencia.

Es preciso hacer frente a esta lacra social desde el esfuerzo colectivo. Como sociedad democrática, debemos detectarla, visibilizarla, ofrecer protección y reparación a las víctimas, penalizar legal y socialmente a los culpables. Debemos poner las bases para su erradicación, fomentando la educación para la igualdad y el respeto mutuo entre los sexos, generando una nueva cultura de igualdad y corresponsabilidad entre los sexos.

Es nuestra responsabilidad colectiva e individual. Podemos hacer nuestras las palabras de Kofi Annan, Secretario General de la ONU, pronunciadas con ocasión del Día Internacional para la eliminación de la violencia contra las mujeres, el 25 de noviembre de 2000: “Recordemos hoy que la acción para eliminar la violencia contra las mujeres es responsabilidad de todos nosotros: la familia de las Naciones Unidas, los Estados afiliados, la sociedad civil y cada hombre y mujer. Este día nos brinda la oportunidad de comenzar a construir un nuevo Milenio libre de violencia contra las mujeres y las niñas; una era en la cual la humanidad entera sabe que, en lo que se refiere a la violencia contra las mujeres y las niñas, no hay bases para la tolerancia ni existen excusas tolerables”.


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